domingo, 19 de febrero de 2017

Carta a un desconocido.

Querido desconocido:

Me dirigiré a ti como una anónima, como si estuviese escondida detrás de un árbol, llena de una sustancia neutral en mi cuerpo entre miedo y vergüenza, que me ha chupado toda la sangre.

Te veo todos los días que vengo a este bosque a leer cantos de pájaro y a mirar cómo se mueven las nubes, pero en especial, últimamente, vengo a estudiarte.

Utilizo la observación como la respiración, y mi fuente vital son movimientos, como los tuyos.
Miro el ritmo de tu pestañeo, cómo se acelera cuando tu mente cambia de conversación e imagen; cómo andas, cómo lees y como escribes. Incluso las manías que tenemos en común y tú no sabes, ni nunca lo sabrás, porque el día que intentes interponerte en mis estudios, saldré corriendo, silbando a cualquier pájaro con tal de que me indique un camino. No me mires, lo siento, soy así.

Qué hago hablándote, si voy a quemar esta carta con el primer fuego que me encuentre.                     Pero... quiero escucharte leerla; ojalá graparme aquí.

Tranquilo, que jamás me voy a obsesionar contigo, ni te voy a cortar las alas, ni mucho menos voy a hacer que cambies de abrigo.

Tampoco te quiero, pero confieso que no sé lo que me pasa contigo, si no tenemos posibilidades...     Y deseo todas las noches que me abraces, sin ilusiones; lo deseo, lo pienso, me duermo, y punto.

Qué haces en mí, si hasta hace dos meses juraba no haber visto tu sombra en mi vida.                           Por qué tu simple presencia me calma, si ni siquiera abres la boca.

Qué me pasa, qué me digo, y hacia dónde sigo.

Dame la mano, que quiero perderme, contigo.

Por si me ves marchar, encantada de compartir la nada contigo.